lunes, 11 de octubre de 2010

Del por qué y otras razones

"Que todo tenga un por que no implica que lo tengas que saber vos"
Se repite Margot como por inercia.
Ella, pobre...toda incapaz de asumir que es imposible saberlo todo.
Aprende, a pasos corto y lentos, que las respuestas a veces tardan un poco más...O no llegan.
Y coordina la mente para no desesperar ante el "ausente con aviso" de la razón.
El vértigo que la abraza de lo desconocido y la urgencia por categorizar. ¿Dónde escondieron el carozo? Ella lo quiere, lo reclama. Adicta a la verdad, a todas y cada una de las veracidades de este mundo, la suplica y la mendiga.
Tiembla en el hastío, en el morbo de preguntar y recojer lo que recibe. Aún sabiendas, que todo puede ser un baúl de mentiras, ahí planta bandera, firme y estóica, esperando su retruco o vale cuatro, en realidad no importa si solo se quiere saber.
Conocer y medir. Calcular para que lo desprevisto del devenir de vivir, no sea tan nauseabundamente sorprendente. En la sorpresa se esconde un monstruo de mil cabezas, es el Hombre de la Bolsa de los adultos.
Margot divaga entre una comedia de Woody Allen y el silencio imperante de un policial, mientras se plantea dilemas existenciales y soluciones pragmáticas, pero no puede parar cuando se le sube hasta el hipotálamo la imperiosa necesidad de rasquetear la psiquis de todo bípedo que anda rotando.
Investiga, irrespetuosa, los telones y las máscaras para encontrar ese rubí iluminista y alentador, y así sentarse a la sombra de un sauce a acariciarlo inútilmente.
Quizás las razones le den un certificado de experiencia delivery y pueda seguir jugando a las muñecas tranquila. Esa comodidad de buscar en el jardín del vecino donde enterraron al último dinosaurio o la mágica expresión de delimitar la etimología de la palabra "semita", llevan a la ridícula obsesión de los "dijo" y "direte".
Del uso y abuso del trasfondo del comportamiento humano. Por qué hizo, por qué fue, por qué tiene, por qué deja.
Porque, porque, porque, porque, porque...