lunes, 13 de diciembre de 2010

De la "dermis" a la "demia"

Continuamos siendo imperfectos,
peligrosos y terribles,
y también maravillosos y fantásticos.
Pero estamos aprendiendo a cambiar.
Ray Bradbury

Una de las maravillosas sensaciones a nivel corporeo que podemos experimentar es la de la mutación.


Aquello que sin sosobra comienza como un estímulo completamente epidérmico y pasa a ser una reacción en cadena que, aún paulatinamente, se manifiesta como una brusca epidemia orgánica.

Es el momento exacto cuando una quemadura, que solo arde, comienza a conquistar territorios internos, pasa a la demis, a las glándulas y se apodera, sigilosamente de cada partícula que recorre. Quizás sea lo más parecido a "prenderse fuego", pero biológicamente hablando.

Lo epidérmico es, al tacto, invasivo. Tiende a complementar lo efímero del roce, que no es más que una sensación, una probabilidad.

La epidemia es más bien la metamorfosis de algo que comenzó siendo una célula errante y finaliza, por descuido o retroalimentación, en una implosión de sentidos. Aquello que tiene su génesis "adentro" suele arrasar mucho más -y mejor- que aquello que se introduce desde el "afuera".

La inercia del sujeto, sacrosanta resistencia al movimiento, es el eslabón más importante de la mutación. Esta propiedad, intrínseca de la física, se aplica a esta cuestión humana y es la catalizadora para que la transformación no sea visualizada a tempo.

Todo aquello que parecía arraigado a la piel, hoy tiene un ancla en el alma.