miércoles, 16 de noviembre de 2011

parole, parole...parole

Sometimes, las palabras se desembarazan de sí mismas, se despojan de su epistemología, de su semiótica y hasta de su propia fonética; hasta quedar huérfanas de significado.

Aquellos racimos redondos de letras amontonadas mediante un interlineado ínfimo, a priori perfecto para los mortales, queda reducido a un simple puñado de algo, de cualquier cosa…De nada.

Las palabras, después de sacudirse y abolir el peso de la connotación, la sugestión, la manipulación y todos los “ión” que se me puedan ocurrir esta madrugada, se perciben livianas, se leen fácilmente y se tragan sin el menor esfuerzo.

El ejercicio pseudo psicológico de desnudar el lenguaje, divorciarse de la retórica y tomarse el discurso como si fuera un vaso de agua, no suele ser tan sencillo como la expedición al corazón de un alcaucil.

No se -por lo menos todavía- cómo se deshojan las palabras hasta dejarlas como átomos invisibles; nunca puede ser igual decir lo contrario, sin contar la belleza de los oxímoros que atrapan por su contradicción, no por su “no decir”, con excepción de la literatura japonesa, en la cual sus pensamientos pueden ser tanto exquisitos como una boludez de paladar negro.

Sospecho que en la práctica de peinar cada letra, la existencia queda efímera e indigente; se evaporan los pensamientos que te penetran hasta el hipotálamo y se disparan hacia el infinito…Las palabras se vuelven objetos inanimados, con la misma voluntad de moverse que una roca.

Sometimes –que bien suena- la palabra “perdón” se me aparece desfigurada y como una trompada en el ojo, y quién haya sido capaz de deformar su morfología a tal punto, merece un aplauso… O la muerte por asfixia. Quizás la consecuencia directa de este strip dance del léxico, sea la confusión de lo que se genera al hablar, decir, demostrar, contar, explicar...Definir.

Digo –y no arbitrariamente- la palabra “amor”, “gracias” o “morite”, no portan el mismo valor que “bípedo”, “forúnculo” y “otorrinolaringólogo”. Esos sonidos que brotan de cada psiquis, no son iguales, no son lo mismo; son únicos como el significado que cargan.

No soy yo la que impuso las reglas; la semántica es el verdugo de todos, incluso de mi misma.

Aunque muchos prefieran ignorar la realidad, cada sílaba cuesta. Cuesta tiempo, cuesta una interrelación neurológica, cuesta un movimiento físico, de por sí, hablar -en cualquiera de sus variantes- no es gratis. Ocupa un espacio abstracto, irreconocible, mecánico tal vez…Pero vale.

Por fortuna, y para que nadie se quede mudo al borde de la vida, hay más sílabas que personas en el mundo; solo se trata de formarlas, darles el tiempo para vestirlas, muchas veces llegar a abrazarlas y, en el peor de los casos, conocer con tu propia sangre lo que pueden doler.