viernes, 7 de agosto de 2009

Pequeños cuentos


Mira bien.

Sospechaba que sus rincones más oscuros pertenecían a otros ojos. Nunca pudo abrirse a mi consuelo y yo, lamentablemente, solo quería rozarla y llorar con su llanto.

No estaba triste, era una sensación peor. Por eso lloraba, gritaba y, de vez en vez, golpeaba con los puños arrugados la mesa o la pared.

Recuerdo haberla abrazado, no por el cálido momento, sino por el consecuente y oportuno cachetazo. Dijo “nunca más” y luego estalló en una veborrágica epopeya de frases que, al día de hoy, sigo sin entender.

Y siempre ahí, queriéndola, defendiéndola de los prejuiciosos de siempre que no saben contar para atrás o atarse los zapatos al revés.

Le conozco perfectamente la ira, la impotencia, los brotes psicóticos, los psicofármacos de la mañana y de la noche, las huidas y hasta el intento de tirarse por las escaleras de casa.
Pero los ojos, esos ojos que, a pesar de todo, no pierden la ternura, la ilusión de volver un sábado al cine, me invaden de paciencia.

Cuando “se va”, la observo y siempre, pero siempre, en un momento mira fijo y es ahí, justo ahí, donde yo descubro todo su afán por volver.

Hace tres años que no ríe. Yo tenía la costumbre de salir del cuarto en bombacha, hasta que los albañiles comenzaron las reformas un día antes. Mi pánico escénico se cruzó con seis pares de ojos extraños. Ni sonrió, estalló en carcajadas por mis cachetes borrabinos, mis palabras entrecortadas y mi retiro triunfal, en puntas de pie y veloz.

Nunca más.

Los médicos explicaban técnicamente que la involución de su condición es producto de nuevas recaídas psicológicas, que teníamos que volver a conversar con el psicólogo aunque ella no quiera y comience a revolear cosas o escupir a los profesionales.

Siempre pensábamos que la muerte de mamá la había afectado, a tal punto, que solo podía expresar su dolor enojándose.

Ella es igual a mamá. En carácter y cuerpo. La desviación superior en la nariz, los labios pronunciados, el cuerpo de líneas europeas.

El siempre dice que es ella y lo dice feliz, debe ser un lindo regalo del cielo. Y a ella eso le duele más en su dolor y sufre sola, que es lo mismo que padecer.

Ella nunca lo mira fijo.


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