jueves, 19 de noviembre de 2009

Desde el barro

La cara de Margot empalidecía lentamente y sus ojos consternados se hundían en una inseguridad impune al caer en el barro arrodillada. Suavizó sus ánimos para pensar...

Respiró pausado y abrió su pecho al mundo para sentir el aire. Margot se supo desolada frente a su propia muralla y se detestó. Por primera vez en la vida sintió el vacío. Pequeña dama de hierro bañada en aceite, donde todo pasa, resbala y se escurre. No hay lugar para nada ni nadie, pero sobra todo espacio a su alrededor.

Margot no tenía recuerdos de hallarse tan fría y rígida ante la vida, sus lágrimas - extractos de sentidos- parecían brotar de una zanja con olor a decepción.

Sin aprender a vivir o aún viviendo, supo hacerse de cenizas que solo la condenaron a un callejón de plásticos y hojalatas. Todo ocre, como libro corrompido por el tiempo, sin percatarse. Así se juzgó, como aquel libro añejo y detenido, inmutable a las manos y relojes que lo azotan. Toda ella quedó pobre y huérfana de emociones.

Margot tragó saliva e intentó convencerse de que de la nada algún día se vuelve. Margot empeñó el cuerpo y se resignó al vaivén del barro que la hunde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario